[ Escucha, y continúa bajando ]
Crónica de una lluvia con granizo.
Gotas como luciérnagas posadas en cada hoja.
Si no guardo silencio, no te escucho llegar.
Golpeas y golpeas con tus lágrimas congeladas,
preguntándome, ¿es posible sentirse hielo?
Empezaba la mañana con esfuerzo, luchando por salir del capullo en el que se
convierte mi cama todas las noches. Los ojos se despegan, las rodillas rotan como engranajes de máquina hasta que por fin los pies tocan piso. Imagino el día, me acoge y me asusta. Veo las paredes de mi habitación. Respiro. Veo mi trayecto hasta el baño para ducharme. Respiro. Siento el sabor de lo que desayunaré en media hora o más. Respiro. Me sobo los ojos y empiezo a andar.
Día, te saludo con timidez. Quizás por que empiezo a entender tu omnipotencia. O por que todavía no logro encontrar un hogar en las tazas de té, las vistas desde las ventanas y el sonido de las puertas. Escondo la visión y sutilmente huyo hacia la rutina que me recuerda que es sólo cuestión de costumbre.
Es extraño como tu cielo ha cambiado hoy. Lo veo claro, celeste, regalándome figuritas desde cada nube en formación. A diferencia de hace un par de días, hoy se entrega cálido, no tengo que usar mis medias acolchonadas. Me siento en la cama, abro la computadora y el cuaderno para empezar a trabajar. Los minutos y las horas avanzan. Una voz anuncia que pronto estará el almuerzo: una exquisita sopa cuyo humo me remite al de las calefacciones de las casas vecinas que hoy se encuentran apagadas.
Entradas y salidas desde la cocina. Individuales a la mesa. Tres cucharas, una encima de cada individual. Una trayectoria más, pues sólo falta un plato que igual me gana la carrera y llega antes que yo a la mesa. Listo. Tres voces se sientan para agradecer el alimento. Empieza la sinfonía de los cubiertos y los sorbos de sopa. ¡Qué rico está el almuerzo!
Día, nos vamos acercando a tu mitad y nuestras voces, ahora ojos, notan cómo empieza a llover. Pero suena muy fuerte y recalco que aquí el cielo llora con más fuerza que de donde venimos. ¡Sorpresa! No eres agua, eres hielo. Eras agua y ahorita, hielo. Corremos hacia todas las ventanas para poder ver el espectáculo de sonido y color celestial. Un granito, otro granito, muchos granitos de hielo. Nube gris, nube blanca, nubes moviéndose, formando cerros de algodón sobre un lienzo celeste intenso. ¡Qué sorpresa!
Abro una ventana para recoger un pequeño granizo. Se me escapa de los dedos hasta que por fin lo tengo. Se derrite tan rápido como divisar el vuelo de una mariposa. Pienso en el tiempo, perpetuo y efímero, incierto con pequeñas certezas. Pienso en ti, Día, palpable en tus veinticuatro partes, pero al mismo tiempo tan aleatorio y fugaz. Siempre hay un deseo por saber cómo serás o deberías ser. Sin embargo, conocerlo es como capturar a esa mariposa por las alas. Tan sólo al tacto acelero el caos y con él, tu muerte.
Llueve granizo.
